En 1966 el óptico madrileño José Luis Domínguez Lledó tomaba la decisión de establecerse por su cuenta. Abría así las puertas de una nueva Óptica para Málaga que nacía con la ilusión de ver consolidarse una ambición insólita: la de poner sus conocimientos y experiencia al servicio de la sociedad malagueña, ofreciendo por encima de otro tipo de consideraciones un trato esmerado comprometido con intentar encontrar las soluciones visuales más adecuadas a cada caso. El resto, como él diría, vendría por añadidura.
Luego leíamos en Conrad lo que él con su esfuerzo diario trataba de ejemplificar, eso que tan bien hacía y que tanto cuesta expresar, pues lo esencial a menudo resulta inefable: “El lado moral de una empresa, el aspecto ideal y redentor de ganarse la vida, consiste en la consecución y mantenimiento de la mayor pericia posible por parte de sus artesanos. Tal pericia, la pericia de la técnica, es más que honradez, es algo más amplio, un sentimiento elevado y claro, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla que podría llamarse el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, la mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional, y, como a las artes más nobles, la estimula y sostiene el elogio competente”.